Artículo escrito de forma conjunta por Teresa Martín-García, Irene Lapuerta, Marta Séiz y M. José González.

“Sí, él, a ver, él hace lo que puede (…) es el trabajo que le gusta, entonces tampoco creo que, hombre sí, todos tenemos utopías e ilusiones pero no creo tampoco que le pueda exigir más. Yo creo que ya hace más de… a ver, llega y casi sin quitarse la ropa se pone a hacer cosas”

De este modo contestaba Ainhoa –diplomada que trabaja en una empresa pública– a la pregunta de si estaba contenta con la forma en que ella y su pareja habían compaginado las tareas del hogar y el cuidado del bebé con sus respectivos empleos. La cita resulta interesante no solo por las dificultades que en ella se intuyen para conciliar vida laboral y familiar (tratadas ampliamente en la literatura), sino porque pone el foco de atención en otro aspecto menos explorado hasta el momento: la satisfacción subjetiva con los arreglos adoptados.

Este es el tema objeto de estudio de una investigación cualitativa de carácter longitudinal, cuyos principales resultados adelantamos en este post.[1] El análisis está basado en 31 parejas heterosexuales de dos ingresos que tenían un reparto igualitario del trabajo doméstico antes del nacimiento del bebé.[2] Las parejas fueron entrevistadas en dos momentos del tiempo: durante el embarazo (2011) y cuando la criatura había alcanzado aproximadamente el año y medio de edad (2013). El supuesto de partida es que estas parejas, pese a las limitaciones impuestas por el contexto institucional español, tenderían en su mayoría a reproducir un modelo de conciliación corresponsable y satisfactorio. La cuestión es, ¿hasta qué punto es esto cierto? ¿Conduce un punto de partida igualitario antes del embarazo a una división equitativa de los cuidados y el empleo tras el nacimiento? ¿Es la conciliación corresponsable, en términos generales, también más satisfactoria?

El siguiente gráfico pone de manifiesto, en primer lugar, que prácticamente la mitad de nuestras parejas transitaron hacia un modelo desigual en el reparto de los cuidados. Esta evidencia corrobora la “tesis de la tradicionalización”, que postula un giro en la organización de las tareas domésticas y de cuidados hacia la desigualdad coincidiendo con la llegada del primer hijo/a (Domínguez, 2015). En segundo lugar, destaca que no solo las parejas corresponsables tras el nacimiento del bebé se declaran satisfechas. De hecho, algunas parejas están contentas aunque desarrollan un modelo de especialización de roles. Por último, el gráfico refleja que la insatisfacción con la conciliación es fundamentalmente femenina.

Los hombres se muestran mayormente satisfechos o expresan ligeros malestares relacionados con las restricciones institucionales para desarrollar sus ideales de paternidad. Por el contrario, las madres insatisfechas con la conciliación son mujeres que están muy a disgusto con la implicación de sus parejas o con ellas mismas y su (in)capacidad para cumplir con los estándares de lo que consideran “una buena madre”. La satisfacción con la conciliación tiene, por lo tanto, un claro carácter relacional, en la medida en que hace referencia tanto a los sentimientos positivos experimentados por cada individuo respecto a uno mismo y su implicación en el cuidado, como a la participación de la pareja.

Grafico1

¿Cuáles son, por lo tanto, los mecanismos que explican las variaciones en la satisfacción con los distintos modelos de conciliación? Un primer hallazgo revelador es que la satisfacción de estas parejas está más relacionada con las expectativas e ideales, mostrados ya durante el embarazo, que con las estrategias concretas de conciliación.[3] Las parejas satisfechas-corresponsables han podido llevar a cabo un ideal de reparto igualitario. Por el contrario, el malestar de las parejas insatisfechas –expresado mayoritariamente por las mujeres–, se relaciona de forma muy evidente con la disonancia entre, por un lado, sus expectativas iniciales respecto a su propia implicación en los cuidados y la de sus parejas y, por el otro, los arreglos finalmente adaptados. Ahora bien, algunas parejas muestran un elevado grado de satisfacción a pesar de no haber cumplido sus expectativas. Se trata de parejas satisfechas-desiguales que, o bien han tenido que renunciar a sus ideales igualitarios forzadas por las circunstancias, o bien se han adaptado a distintas concepciones de la ma/paternidad en el seno de la pareja con un grado variable de resignación. Ainhoa, con la que abríamos este post, es un claro ejemplo de ello.

Un segundo mecanismo es el modelo de paternidad desarrollado por el padre y, en particular, su grado de implicación en las tres dimensiones del cuidado señaladas por Lamb et al. (1987): la participación, entendida como el tiempo dedicado al cuidado y al juego con los niños; la accesibilidad, que hace referencia a la disponibilidad o flexibilidad para cuidar; y la responsabilidad, que conlleva la colaboración en la toma de decisiones cotidianas y en la planificación de las tareas de cuidado De hecho, el modelo de conciliación corresponsable va unido a un modelo de paternidad positiva, caracterizado por una elevada implicación en las tres dimensiones señaladas, lo que garantiza una elevada satisfacción. Este fenómeno se muestra frecuentemente ligado a un proceso de anticipación y adaptación previa por parte de los hombres desde el momento del embarazo, mediante el cual construyen su personalidad como progenitores implicados y prevén los cambios laborales necesarios para poder ejercer los cuidados.

A la inversa, los modelos de paternidad en los que el padre muestra una escasa implicación, especialmente en las dimensiones de accesibilidad y responsabilidad, se traducen en insatisfacción materna, derivándose ésta del reparto no equitativo del cuidado y del choque entre distintas percepciones sobre las necesidades de los hijos. Estos padres se caracterizan por un desarrollar un modelo de paternidad en el que sus empleos, y no los cuidados, son la máxima prioridad. No obstante, se dan situaciones intermedias en las que el malestar materno no se produce a pesar de que la distribución del cuidado no es plenamente corresponsable. Son aquellas en las que el padre dedica una cantidad de tiempo sustancial al niño cuando sale del trabajo o logra establecer un fuerte vínculo emocional con éste, así como las asociadas a condicionamientos externos tan fuertes que producen resignación en ambos progenitores. Estos resultados confirman los hallazgos de investigaciones previas que muestran que la satisfacción de las mujeres con la implicación del padre no depende exclusivamente del tiempo que éste le dedica y el tipo de tareas que asume, sino de cómo ella percibe la calidad de la relación padre-hijo.

El contexto institucional, por su parte, se revela como un tercer mecanismo que, si bien contribuye a favorecer o dificultar la satisfacción de las parejas analizadas con el modelo de conciliación, ni la condiciona totalmente ni resulta por sí mismo suficiente para explicarla. Los horarios laborales compatibles con dedicar tiempo al bebé, la flexibilidad al respecto, y un entorno de trabajo que permita el ejercicio de derechos o ajustes favorables a la conciliación son factores que propician la satisfacción por parte de padres y madres. Al mismo tiempo, desempeñan un papel clave en facilitar la materialización de los planes de la pareja y una implicación paterna intensa y corresponsable. La disponibilidad de una red familiar que llegue donde las políticas públicas y los derechos formales no llegan o alivie los constreñimientos del entorno laboral también contribuye a una conciliación más sencilla y, por lo tanto, más satisfactoria.

De esta investigación se desprende que hay un gran margen de mejora para favorecer estrategias de conciliación más corresponsables –y, por lo tanto, más satisfactorias–, especialmente en el grupo de hombres que inicialmente presentan actitudes igualitarias y deseos de paternidad compartida, pero cuyos planes se ven limitados por unos constreñimientos laborales muy fuertes. Una legislación laboral que racionalice los horarios de trabajo y que garantice los derechos ya existentes –cuyo ejercicio real está frecuentemente condicionado a la existencia de un entorno laboral y un jefe comprensivos– tendría una influencia fundamental en este sentido.

En la misma dirección actuarían políticas públicas que amplíen los derechos del padre y desde el inicio permitan establecer patrones de parentalidad compartida, como un permiso por nacimiento y/o adopción individual e intransferible para cada progenitor. Este último tipo de medidas, a su vez, contribuirían a fomentar y normalizar –tanto en la sociedad en general como en el mercado laboral en particular– nuevas concepciones de la maternidad y la paternidad como un fenómeno que atañe por igual a hombres y mujeres y cuya protección debe garantizarse a ambos sexos.

El objetivo es que las utopías, como las de Ainhoa, se hagan realidad; conseguir una conciliación real, compartida y plenamente satisfactoria. Se trata, en definitiva, de promover el cambio en el diseño de las políticas de familia por el que ha abogado el paradigma feminista en los últimos tiempos y que busca compatibilizar un triple objetivo: promover la conciliación, la igualdad de género y el bienestar de la infancia.

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[1] Los resultados de esta investigación integran el capítulo “¿Quiénes logran un modelo de conciliación corresponsable y satisfactorio?”, que formará parte del volumen coordinado por Teresa Jurado y M. José González y publicado, próximamente, por la editorial Catarata.

[2] En estas parejas ellas no realizaban antes del nacimiento más del 60% del total de las tareas domésticas -excluyendo la ayuda externa- y ellos llevaban a cabo al menos un 40%. Estas 31 parejas forman parte del proyecto TransParent (transición a la paternidad y maternidad) en el que participaron un total de 68. Todas las parejas provienen de contextos urbanos, estaban formadas por personas activas y esperaban su primer hijo/a en el momento de la entrevista. Para más información sobre la muestra o el proyecto: http://transparent.upf.edu/

[3] Por este último término entendemos la combinación de recursos formales (permisos de cuidado o escuelas infantiles) o informales (abuelos, redes de apoyo o contratación de una persona) para afrontar los cuidados del bebé.

ppiina